jueves, 30 de junio de 2022

CONCURSO LITERARIO JOAQUÍN TURINA PRIMER PREMIO CATEGORÍA 3º Y 4º DE ESO

 

¡Felicitaciones por  su cuento a Sara Mutlak Pinto, de 3º ESO B! ¡Aquí lo podéis leer!


El corazón de un libro

Traficar con libros no es un trabajo sencillo de realizar, sobre todo en un mundo en el que el conocimiento se condena y se persigue por sembrar ideas diferentes a las establecidas por la sociedad. Nadie quiere mancharse las manos de tinta para dar a conocer los errores del pasado, y para eso estoy yo, soy…

  • Donato, el traficante de letras. Él es el de la derecha, y a su izquierda está Yvon. Tengo entendido que es uno de sus clientes más habituales. Encierralos en aquella celda hasta que nos den nuevas órdenes.

El sonido de las llaves tintineando nos acompañó para invitarnos a seguir al guardia, hasta que cesó para hacer girar una cerradura tras nuestro paso. Nos habían trasladado a una celda subterránea, con paredes de piedra desgastada y moho creciendo en sus grietas. Me senté en un recoveco en silencio e Yvon me siguió, sentándose frente a mí. Finalmente habló:

  • De verdad que lo siento, yo… no pensaba que nos delataría.

  • Un crío avispado por lo que veo.

  • Desde que murió su madre ya no parece confiar en mí. Ya no es el mismo, y me temo que nunca lo será.

Durante unos segundos, el aire se hizo denso para rellenar los huecos que creaban nuestra falta de diálogo, hasta que Yvon se acercó a mí, rodeado de un aura de misterio y suspense, y con una mirada que me pedía con gritos inaudibles que prestara toda mi atención en él. Continuó con un silencioso “Ahora escúcheme bien, por favor”, que enseguida se esfumó en el aire para no dejarle ninguna pista a los que nos observaban de lejos con recelo.

Inclinado sobre mí, empezó a murmurarme su encubierto objetivo:

  • Justamente todo gira en torno a ella. Donato, ha llegado a mis oídos el conocimiento de que hay ciertos libros que capturan tanto la pasión de las personas que los atrapan completamente dentro de ellos. Y sospecho que mi mujer es una de esas tan aclamadas personas. Te ruego que la busques, por favor, en este libro. Sé que puedes.

Y tenía razón, yo era capaz de sumergirme en ellos y vivir su historia. Sacó de debajo de su abrigo un libro con una portada de terciopelo tan rojo como el vino tinto.

  • No me importa lo que me pase a mí. No te queda mucho tiempo.

Y ahí, en ese mismo momento, me sumergí en aquel misterioso libro, vagando entre sus páginas, hasta transportarme a una pequeña y coqueta cafetería rodeada de flores; petunias y geranios; que cantaban con la alegría de sus colores hacia la bienvenida de la primavera, con el olor del café natural e intenso acompañando su discreto concierto matutino.

Un hombro chocó contra el mío y algo cayó al suelo. Era un periódico de color amarillento. Lo recogí para devolverselo a su dueño, que sin darme cuenta se había desvanecido.

Mis ojos entonces deambularon por los artículos que se anunciaban en sus páginas. En la misma portada se advertía de un supuesto asesino en serie, que capturaba a mujeres jóvenes para después sacrificarlas en las catacumbas del monasterio local. Esta ya era la tercera.


Un escalofrío recorrió mi espalda. Todo aquello me resultaba espeluznantemente conocido, y me creaba un presentimiento. Los libros generan muchos presentimientos.

Mi tarde se basó en carreras y trasbordos para llegar allí a tiempo a medianoche. Después de horas tan largas como eternas, el gran monasterio se alzaba frente a mis ojos. Grande, magnífico e impotente, con sus grandes vidrieras de cristales teñidas de los mismos colores de aquellas graciosas petunias y geranios que antes me habían acogido con hospitalidad.

Logré escabullirme entre el gran portón hacia el interior, sin tentar al silencio traicionero y bajé las escaleras que se retorcían sobre sí mismas una y otra vez, sin aparente final.

Tras buscar y buscar bajo las majestuosas bóvedas que plagaban las catacumbas, por fin lo vi, de frente. La vela me espantó con su cambio de iluminación, y me deslumbró con el contraste entre su cálida luz y la frialdad del escenario. 

Un hombre, no, una sombra, un monstruo más bien, se encontraba alzando los brazos, machete en mano, sobre una figura femenina que se revolvía y clamaba por piedad.

Ya lo recuerdo. Este sentimiento que tanto quería desenvolver mi corazón y dejarlo al descubierto, ese presentimiento…

Esta historia era mía, yo había escrito este libro. Mi propia imaginación era la que había trazado esta feroz escena hace tantos años. Fue uno de aquellos libros que escribí acompañado de la luz del candelabro a altas horas de la noche, cuando recién había descubierto todo este mundo bañado de letras, comas y acentos, y teniendo tan solo de fondo la voz de la lluvia y el empeño de mi hija, que se esforzaba por contarme sobre los animales más fantásticos con los que había fantaseado, con la sonrisa más brillante que habré visto en mi condenada vida estampada en su cara angelical.

Las lágrimas empezaron a acechar mis ojos, amenazando con brotar, acorraladas por mis recuerdos. Aún no podía rendirme ante la memoria, la mujer de Yvon yacía ante mis ojos.


Pero mi hija también. Mi pequeña niña. Mi añorada, dulce, y querida hija.

Dime, ¿qué te ha traído hasta aquí? 

¿Acaso copiaste mi libro mientras yo no miraba en tu cuaderno de terciopelo?

¿Acaso había tocado hace tan poco tiempo algo que tú misma habías sostenido? 

Me encantaría hacerte todas estas preguntas ahora que te he encontrado, ahora que estás frente a mis ojos, ahora que mi vida vuelve a tener sentido.

Te he echado de menos.


Y lloré, pero mis lágrimas fueron rápidamente sustituidas por sangre.

CONCURSO LITERARIO JOAQUÍN TURINA PRIMER PREMIO CATEGORÍA 1 Y 2 ESO

¡Enhorabuena, Víctor Félix Martí, de 1 ESO B! Gracias por este excelente cuento. ¡Disfrutadlo!

MARGARITA

Margarita se levantaba, como todas las mañanas, con dolores de espalda, rodillas y cadera. Ese día, como todos los domingos, su familia iría a verla, era su momento favorito de la semana y lo esperaba con ansias. Caminó por el largo pasillo de paredes de gotelé blanco, decoradas por viejos cuadros y una antigua cómoda donde se exponían algunas fotos, joyas e incluso su anillo de compromiso. Llegó a la cocina, donde se sentó a beber un vaso de agua y tomar un pequeño desayuno. Mientras se llevaba una tostada a la boca sucedió algo inesperado, sonó el timbre de la casa. Margarita se dirigió a la puerta y la abrió lentamente, para descubrir a un risueño trabajador de Fenosa, la compañía de gas que tenía contratada en su hogar, él vestía un chaleco naranja de la compañía y mostraba un rostro amigable que generaba confianza. Margarita dejó pasar al trabajador e incluso le preguntó varias veces si necesitaba algo.


Tras apuntar algunos datos mientras miraba al contador de gas el trabajador esbozó una mueca de molestia y pidió permiso a Margarita para usar el cuarto de baño. Mientras se alejaba por el pasillo, Margarita esperaba pacientemente. Pasados unos minutos, el trabajador volvió, le dió las gracias a Margarita, recogió su libreta y se marchó. Margarita acabó su desayuno y regresó a su habitación para arreglarse. Mientras caminaba por el pasillo advirtió que encima de la antigua cómoda no había nada más que las fotos. Buscó por el suelo su anillo de compromiso, pero no lo encontró, tampoco encontró las joyas que su difunto marido acostumbraba a regalar a Margarita en sus cumpleaños. Ella le echaba de menos, hacía ese año una década desde que un trágico accidente se lo arrebató, y aún brotaban las lágrimas desde sus ojos cada vez que lo recordaba. Margarita se arregló, convencida de que estaba mayor y no era capaz de verlo. Fue a preparar la comida, como todas las mañanas de domingo, pero cuando miró el reloj, advirtió que no le daba tiempo, que su hijo estaba al caer, así que sacó unos filetes congelados del frigorífico y los echó apresuradamente a una sartén repleta de aceite hirviendo. También preparó una ligera ensalada con lo que fue capaz de encontrar en la despensa.

Su hijo timbró y Margarita se sobresaltó, luego corrió a abrir la puerta. Dejó pasar alegremente a su hijo, su yerno y su precioso nieto, que entraba hablando por el móvil y apenas la saludó. Se sentaron en el salón antes de comer y charlaron sobre temas de lo más banal, hablaron sobre el tiempo y criticaron la gestión de los políticos, realmente no importaba quién estuviese en el poder, siempre era un buen momento para criticar a los políticos. Su nieto no participó en ninguna conversación, cuando su abuela le preguntó qué tal le iba en el colegio, él respondió de mala gana que ya estaba en el instituto y que estaba muy ocupado, porque había perdido "fologüers" y necesitaba ponerle un filtro a un "selfi", ella no entendía el vocabulario de su nieto, pero le prestó atención en todo momento, sin atreverse a decir que no le comprendía. Al poco tiempo se formó un silencio incómodo y todos sacaron sus teléfonos móviles; bueno, todos no, Margarita no tenía, así que dirigió la mirada al balcón, maldiciendo al sol, que nunca daba en su terraza, y como consecuencia, el médico la regañaba por estar falta de vitamina D, pero qué iba a hacer ella, apenas aguantaba el camino desde su habitación hasta la cocina, era prácticamente impensable para ella salir a caminar a la calle sola. Mientras comían, Margarita comentó la desaparición de su anillo y sus joyas, ella estaba bastante triste, era de lo poco que le quedaba de su Marido, y ahora ya no lo tenía, se sentía realmente devastada.


  • ¿Y sabes si se te pudieron caer al suelo? - preguntó su hijo con una mueca de superioridad acompañada de una voz lenta que transmitía pena, como si hablase con una persona extremadamente inferior -, a tu edad es normal que no te des cuenta de algunas cosas.


A tu edad, esa maldita frase que resonaba en su cabeza todos los días desde hacía mucho tiempo. Esa frase que tantas veces la había llevado a la desesperación. Era ya una anciana, se sentía estúpida, sentía que no valía para nada, que solamente era una carga.


  • Estoy segura - afirmó -, miré debajo de cada mueble y no están.

  • ¿Y pudo habérselas llevado alguien? - preguntó con interés y preocupación su yerno -, es poco probable, pero hay que valorar todas las opciones, ¿no?

  • Ahora que lo dices… - comenzó Margarita con cara de confusión, pero su cara se transformó de repente en un gesto de tristeza - No, por supuesto que no, quién iba a entrar a la casa de una pobre anciana pensionista.

  • Exacto - completó su hijo -, ha sido obviamente un despiste, ¿verdad?


Margarita asintió con la cabeza, su hijo siguió comiendo con normalidad. Su yerno le dedicó una mirada fulminante a su nieto, que estaba ahora con el teléfono en la mano, navegando por las redes sociales y sin prestar siquiera un ápice de atención. El joven resopló, miró a su padre enfadado y guardó el teléfono. Cuando acabaron de comer, Margarita recogió la mesa y sus familiares tomaron asiento en el sofá, sacando de nuevo, todos un dispositivo móvil; bueno, todos menos Margarita, que en ese momento estaba fregando los platos. Unos minutos después, cuando hubo acabado de fregar, Margarita caminó hasta el baño y, tras hacer sus necesidades, fue a tirar de la cisterna, pero una cartera de cuero tapaba el tirador. La cogió y examinó su contenido, dentro encontró una identificación, algo de dinero en efectivo y un par de tickets usados de la compra. Miró el carné para comprobar quién era el dueño de esa cartera y encontró la foto del hombre del gas, con ese gesto risueño y repulsivo, que antes le generaba simpatía y ahora, consciente de que él le había robado sus joyas, un sentimiento de asco abrumador. Ella lo tenía claro, iba a devolverle la jugada, aún no sabía cómo, pero lo haría.


Regresó con su familia y se sentó en su sillón, con la cartera en el bolsillo del pantalón, tramando cómo podría vengarse de tan ruín y, también hay que decirlo, patético, individuo. Al poco tiempo su hijo se marchó y ella volvió a quedarse sola. Sacó la cartera del pantalón y la agarró con fuerza entre sus dedos. Tras unos minutos de reflexión, decidió llamar a la compañía del gas a preguntar por este ladrón. La llamada la contestó una chica algo desagradable, su voz era lenta e, incluso, algo artificial, debía de llevar horas ahí, se ceñía a un guión y simplemente le indicaba qué teclas pulsar, cosa que le costó a Margarita porque ella no veía bien y confundía los números del teclado. Tras unos minutos pulsando teclas y una eternidad de música relajante de espera, acabó hablando con una tal Sonia, que al fin le confirmó que no conocían al supuesto trabajador del gas. Margarita apretó la cartera en su mano, y dirigió la mirada a la puerta.


Margarita pensó que, posiblemente, el estafador aún no sabría que ella había descubierto quién se llevó sus joyas. Abrió de nuevo la cartera con delicadeza, para encontrar, en uno de los muchos bolsillos y compartimentos de la pieza, las tarjetas bancarias del estafador. Esos jugosos rectángulos de plástico que posiblemente contuviesen todo el dinero que este hombre habría estafado, que, a juicio de Margarita, no sería poco. Pensó que para engañar a una anciana de una forma tan fría, haría falta experiencia. Margarita trató de imaginar en qué estaría haciendo en ese preciso instante estafador. Posiblemente estuviese en un coche de lujo yendo a comer caviar, o tal vez disfrutando del atardecer en una mansión, puede que incluso durmiese ahora mismo en un vuelo a Londres. Margarita le dió bastantes vueltas a cómo vengarse de tan despreciable sujeto, sin sacar mucho en claro, hasta el punto que decidió que lo mejor sería esperar, esperar a que volviese a por su cartera, y entonces vengarse.


La anciana caminó indignada hasta la cocina. Su cocina no era muy espaciosa, el suelo de azulejos blancos tenía una tonalidad gris debido a la suciedad, los techos y las paredes necesitaban una mano de pintura, porque la capa beis de gotelé que tenían estaba vieja y desgastada, la encimera de mármol tenía un tamaño bastante reducido y apenas tenía electrodomésticos, seguía necesitando fregar a mano toda la vajilla. En un lateral de la cocina una mesa auxiliar verde hacía las veces de comedor cuando estaba sola, que era la mayor parte del tiempo. Se agachó junto al congelador con bastante dificultad, su dolor de rodillas había empeorado. Abrió la puerta y sacó un recipiente pequeño lleno de caldo de pollo, lo dejó sobre la mesa para descongelarlo y, tras cerrar de nuevo la puerta se sentó a descansar en una silla cercana. Cuando hubo recuperado fuerzas, volvió al salón, y decidida a relajarse y olvidarse de este día tan pésimo, agarró el mando a distancia y encendió la tele. En ese momento empezaba el telediario. Tras dar las noticias más relevantes del día, empezaron con una terrible tertulia que se extendió bastante, Margarita se durmió, estaba cansada y ante la escasa información que aportaba en ese momento el telediario, no pudo resistirse al sueño.


  • En el barrio madrileño de Chamberí sorprendía esta tarde a los vecinos una terrible explosión de gas que ha acabado con la vida de dos personas - comenzaba la presentadora, despertando a Margarita -, tenemos videos de los instantes anteriores a la explosión.


Margarita se recostó, el video consistía en un trabajador del gas tocando a la puerta de la vivienda, luego entraba, mirando a cámara, después abría la caldera y la vivienda se convertía en una enorme bola de fuego. Margarita vio que le sonaba de algo el difunto joven, y luego comprendió que nadie volvería a por esa cartera, que su anillo era ahora otro resto de un incendio.

miércoles, 22 de junio de 2022

Terminando el curso

 Se acerca el final de curso. Ha llegado el momento en el que los alumnos de 1 ESO presentan sus proyectos de investigación. "¿Se comunican las plantas?" "¿Cómo se adaptan las plantas a la escasez de agua?" " ¿Hay plantas parásitas?" "¿Pueden sobrevivir las plantas con solo luz artificial?"... 

Muchas gracias  a todos por vuestro esfuerzo y ¡feliz verano!