¡Enhorabuena, Víctor Félix Martí, de 1 ESO B! Gracias por este excelente cuento. ¡Disfrutadlo!
MARGARITA
Margarita
se levantaba, como todas las mañanas, con dolores de espalda,
rodillas y cadera. Ese día, como todos los domingos, su familia iría
a verla, era su momento favorito de la semana y lo esperaba con
ansias. Caminó por el largo pasillo de paredes de gotelé blanco,
decoradas por viejos cuadros y una antigua cómoda donde se exponían
algunas fotos, joyas e incluso su anillo de compromiso. Llegó a la
cocina, donde se sentó a beber un vaso de agua y tomar un pequeño
desayuno. Mientras se llevaba una tostada a la boca sucedió algo
inesperado, sonó el timbre de la casa. Margarita se dirigió a la
puerta y la abrió lentamente, para descubrir a un risueño
trabajador de Fenosa, la compañía de gas que tenía contratada en
su hogar, él vestía un chaleco naranja de la compañía y mostraba
un rostro amigable que generaba confianza. Margarita dejó pasar al
trabajador e incluso le preguntó varias veces si necesitaba algo.
Tras
apuntar algunos datos mientras miraba al contador de gas el
trabajador esbozó una mueca de molestia y pidió permiso a Margarita
para usar el cuarto de baño. Mientras se alejaba por el pasillo,
Margarita esperaba pacientemente. Pasados unos minutos, el trabajador
volvió, le dió las gracias a Margarita, recogió su libreta y se
marchó. Margarita acabó su desayuno y regresó a su habitación
para arreglarse. Mientras caminaba por el pasillo advirtió que
encima de la antigua cómoda no había nada más que las fotos. Buscó
por el suelo su anillo de compromiso, pero no lo encontró, tampoco
encontró las joyas que su difunto marido acostumbraba a regalar a
Margarita en sus cumpleaños. Ella le echaba de menos, hacía ese año
una década desde que un trágico accidente se lo arrebató, y aún
brotaban las lágrimas desde sus ojos cada vez que lo recordaba.
Margarita se arregló, convencida de que estaba mayor y no era capaz
de verlo. Fue a preparar la comida, como todas las mañanas de
domingo, pero cuando miró el reloj, advirtió que no le daba tiempo,
que su hijo estaba al caer, así que sacó unos filetes congelados
del frigorífico y los echó apresuradamente a una sartén repleta de
aceite hirviendo. También preparó una ligera ensalada con lo que
fue capaz de encontrar en la despensa.
Su
hijo timbró y Margarita se sobresaltó, luego corrió a abrir la
puerta. Dejó pasar alegremente a su hijo, su yerno y su precioso
nieto, que entraba hablando por el móvil y apenas la saludó. Se
sentaron en el salón antes de comer y charlaron sobre temas de lo
más banal, hablaron sobre el tiempo y criticaron la gestión de los
políticos, realmente no importaba quién estuviese en el poder,
siempre era un buen momento para criticar a los políticos. Su nieto
no participó en ninguna conversación, cuando su abuela le preguntó
qué tal le iba en el colegio, él respondió de mala gana que ya
estaba en el instituto y que estaba muy ocupado, porque había
perdido "fologüers" y necesitaba ponerle un filtro a un
"selfi", ella no entendía el vocabulario de su nieto, pero
le prestó atención en todo momento, sin atreverse a decir que no le
comprendía. Al poco tiempo se formó un silencio incómodo y todos
sacaron sus teléfonos móviles; bueno, todos no, Margarita no tenía,
así que dirigió la mirada al balcón, maldiciendo al sol, que nunca
daba en su terraza, y como consecuencia, el médico la regañaba por
estar falta de vitamina D, pero qué iba a hacer ella, apenas
aguantaba el camino desde su habitación hasta la cocina, era
prácticamente impensable para ella salir a caminar a la calle sola.
Mientras comían, Margarita comentó la desaparición de su anillo y
sus joyas, ella estaba bastante triste, era de lo poco que le quedaba
de su Marido, y ahora ya no lo tenía, se sentía realmente
devastada.
¿Y
sabes si se te pudieron caer al suelo? - preguntó su hijo con una
mueca de superioridad acompañada de una voz lenta que transmitía
pena, como si hablase con una persona extremadamente inferior -, a
tu edad es normal que no te des cuenta de algunas cosas.
A
tu edad, esa maldita frase que resonaba en su cabeza todos los días
desde hacía mucho tiempo. Esa frase que tantas veces la había
llevado a la desesperación. Era ya una anciana, se sentía estúpida,
sentía que no valía para nada, que solamente era una carga.
Estoy
segura - afirmó -, miré debajo de cada mueble y no están.
¿Y
pudo habérselas llevado alguien? - preguntó con interés y
preocupación su yerno -, es poco probable, pero hay que valorar
todas las opciones, ¿no?
Ahora
que lo dices… - comenzó Margarita con cara de confusión, pero su
cara se transformó de repente en un gesto de tristeza - No, por
supuesto que no, quién iba a entrar a la casa de una pobre anciana
pensionista.
Exacto
- completó su hijo -, ha sido obviamente un despiste, ¿verdad?
Margarita
asintió con la cabeza, su hijo siguió comiendo con normalidad. Su
yerno le dedicó una mirada fulminante a su nieto, que estaba ahora
con el teléfono en la mano, navegando por las redes sociales y sin
prestar siquiera un ápice de atención. El joven resopló, miró a
su padre enfadado y guardó el teléfono. Cuando acabaron de comer,
Margarita recogió la mesa y sus familiares tomaron asiento en el
sofá, sacando de nuevo, todos un dispositivo móvil; bueno, todos
menos Margarita, que en ese momento estaba fregando los platos. Unos
minutos después, cuando hubo acabado de fregar, Margarita caminó
hasta el baño y, tras hacer sus necesidades, fue a tirar de la
cisterna, pero una cartera de cuero tapaba el tirador. La cogió y
examinó su contenido, dentro encontró una identificación, algo de
dinero en efectivo y un par de tickets usados de la compra. Miró el
carné para comprobar quién era el dueño de esa cartera y encontró
la foto del hombre del gas, con ese gesto risueño y repulsivo, que
antes le generaba simpatía y ahora, consciente de que él le había
robado sus joyas, un sentimiento de asco abrumador. Ella lo tenía
claro, iba a devolverle la jugada, aún no sabía cómo, pero lo
haría.
Regresó
con su familia y se sentó en su sillón, con la cartera en el
bolsillo del pantalón, tramando cómo podría vengarse de tan ruín
y, también hay que decirlo, patético, individuo. Al poco tiempo su
hijo se marchó y ella volvió a quedarse sola. Sacó la cartera del
pantalón y la agarró con fuerza entre sus dedos. Tras unos minutos
de reflexión, decidió llamar a la compañía del gas a preguntar
por este ladrón. La llamada la contestó una chica algo
desagradable, su voz era lenta e, incluso, algo artificial, debía de
llevar horas ahí, se ceñía a un guión y simplemente le indicaba
qué teclas pulsar, cosa que le costó a Margarita porque ella no
veía bien y confundía los números del teclado. Tras unos minutos
pulsando teclas y una eternidad de música relajante de espera, acabó
hablando con una tal Sonia, que al fin le confirmó que no conocían
al supuesto trabajador del gas. Margarita apretó la cartera en su
mano, y dirigió la mirada a la puerta.
Margarita
pensó que, posiblemente, el estafador aún no sabría que ella había
descubierto quién se llevó sus joyas. Abrió de nuevo la cartera
con delicadeza, para encontrar, en uno de los muchos bolsillos y
compartimentos de la pieza, las tarjetas bancarias del estafador.
Esos jugosos rectángulos de plástico que posiblemente contuviesen
todo el dinero que este hombre habría estafado, que, a juicio de
Margarita, no sería poco. Pensó que para engañar a una anciana de
una forma tan fría, haría falta experiencia. Margarita trató de
imaginar en qué estaría haciendo en ese preciso instante estafador.
Posiblemente estuviese en un coche de lujo yendo a comer caviar, o
tal vez disfrutando del atardecer en una mansión, puede que incluso
durmiese ahora mismo en un vuelo a Londres. Margarita le dió
bastantes vueltas a cómo vengarse de tan despreciable sujeto, sin
sacar mucho en claro, hasta el punto que decidió que lo mejor sería
esperar, esperar a que volviese a por su cartera, y entonces
vengarse.
La
anciana caminó indignada hasta la cocina. Su cocina no era muy
espaciosa, el suelo de azulejos blancos tenía una tonalidad gris
debido a la suciedad, los techos y las paredes necesitaban una mano
de pintura, porque la capa beis de gotelé que tenían estaba vieja y
desgastada, la encimera de mármol tenía un tamaño bastante
reducido y apenas tenía electrodomésticos, seguía necesitando
fregar a mano toda la vajilla. En un lateral de la cocina una mesa
auxiliar verde hacía las veces de comedor cuando estaba sola, que
era la mayor parte del tiempo. Se agachó junto al congelador con
bastante dificultad, su dolor de rodillas había empeorado. Abrió la
puerta y sacó un recipiente pequeño lleno de caldo de pollo, lo
dejó sobre la mesa para descongelarlo y, tras cerrar de nuevo la
puerta se sentó a descansar en una silla cercana. Cuando hubo
recuperado fuerzas, volvió al salón, y decidida a relajarse y
olvidarse de este día tan pésimo, agarró el mando a distancia y
encendió la tele. En ese momento empezaba el telediario. Tras dar
las noticias más relevantes del día, empezaron con una terrible
tertulia que se extendió bastante, Margarita se durmió, estaba
cansada y ante la escasa información que aportaba en ese momento el
telediario, no pudo resistirse al sueño.
En
el barrio madrileño de Chamberí sorprendía esta tarde a los
vecinos una terrible explosión de gas que ha acabado con la vida de
dos personas - comenzaba la presentadora, despertando a Margarita -,
tenemos videos de los instantes anteriores a la explosión.
Margarita
se recostó, el video consistía en un trabajador del gas tocando a
la puerta de la vivienda, luego entraba, mirando a cámara, después
abría la caldera y la vivienda se convertía en una enorme bola de
fuego. Margarita vio que le sonaba de algo el difunto joven, y luego
comprendió que nadie volvería a por esa cartera, que su anillo era
ahora otro resto de un incendio.